Thursday, September 4, 2014

Back in Centroeuropa 2014 (II)

Mi súper calendario de disponibilidades


No te pierdas la primera parte. Esta segunda también tiene glosario al final.

Vuelvo a estar en un tren, esta vez de Trnava a Bratislava, y son las 12:20 del 3 de agosto. Nos quedamos en la isla Margarita. Después de eso no recuerdo qué hicimos, pero probablemente nada.
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Hola de nuevo. Como veis, el otro día no escribí una mierda, porque el viaje fue más corto de lo que esperaba. Ahora estoy en el tren contrario al primer día que escribí, c’est-à-dire, Bratislava-Budapest. Pero no adelantemos acontecimientos.

Así que seguimos en la isla Margarita. Además de bicicletear, estuvimos un rato viendo la fuente luminoso-musical que allí hay. Cuando nos fuimos de la isla ya volvimos a casa y no hicimos nada más. A la mañana siguiente decidimos dar un paseíto por Városliget, el parque municipal, que queda cerca de casa de Essi y lo echaba de menos; ella a mitad de paseo se tuvo que ir, y en el rato que estuve solo fui a ver el museo de la locomoción emplazado en dicho parque, museo que resultó ser bastante más grande de lo que me esperaba, a consecuencia de lo cual tuve que verlo a fume de carozo, y... Vale, confieso que esa no es toda la verdad. Como siempre que entro en un museo, me tiré dos años en los primeros cinco metros y luego sí que tuve que andar a correr. Ayudó a evitar la tentación de demorarme más el hecho de que casi todo está escrito solamente en húngaro. Más tarde me dirigí a Kodály körönd, me reuní con mi compañera de budapésticas fatigas y tiramos hacia la zona de Deák para comer y, posteriormente, reunirnos de nuevo con Andrea y Balázs.

A ver si encuentras la mochila.

(Si no ves el resto de la entrada, pincha en "Read more".)


Con ellos jugamos a un juego bastante de moda en Budapest, al parecer, que consiste en que te meten con tus compañeros en una celda y tenéis una hora para salir, para lo cual es necesario completar juegos de lógica, puzzles y demás. Para terminar el día, Essi y yo nos metimos en la basílica de San Esteban para ver un concierto de greatest hits de la música clásica, pero nos decepcionó bastante porque sólo eran cinco músicos, de los cuales sólo el órgano estuvo presente en todas las piezas y en ninguna hubo más de tres intérpretes a la vez. El tenor, por cierto, se llama Xavier Rivadeneira. Fijo que es búlgaro por lo menos.

La mañana del 30 salimos de casa con tiempo de sobra para yo coger el tren de las 9:25, a mitad de camino fui a sacar una foto, me di cuenta de que me había quedado la batería de la cámara en casa de Essi, le pedí las llaves, eché a correr como un energúmeno, volví, continuamos nuestro camino con prisas pero por suerte cogí bien el tren. Me pasé el viaje escribiendo lo que leíste en la entrada anterior. En la hlavná stanica de Bratislava me estaba esperando Luba, con quien fui a mi amado Slovak Pub a comer unos jálusquis con chorizo y una kofola con los que llevaba soñando desde que dejé el país hace un año. Estuvimos juntos unas tres o cuatro horas durante las que, además de comer, dimos un paseíto por el centro y nos pusimos al día de nuestras vidas. A las cuatro se tuvo que ir, y media hora más tarde me estaba reuniendo con mi ex-profe y gran amigo Bohdan (¿recordáis al flautista?) y su hijo Radkiño.

Jálusquis felices, kofola dichosa, Luba contenta y mochila eufórica.


Con la familia de Bohdan pasé, en su casa de la pequeña aldea de Suchá nad Parnou, cuatro días y cuatro noches, que de momento no voy a relatar con tanto detalle como las jornadas anteriores porque se pueden resumir de una manera muy sencilla: los días los pasamos rodeados de castillos, mansiones antiguas, monumentos y montes; las noches, inmersos en mapas, libros de Historia y atlas unos ratos, diccionarios y ensayos sobre lingüística otros. De hecho, el plan era quedarme sólo tres noches e irme el día 2 a Bratislava para ver un concierto en la slovenská filharmónia que prometía bastante; pero la mañana del 2, Bohdan me preguntó: “entonces esta tarde te vas, ¿no?”, y me dejó patidifuso porque estaba convencidísimo de que no me tocaba irme hasta el día siguiente. Me ofreció quedarme una noche más, y como en la capital no tenía compromisos hasta el día siguiente, eso fue lo que hice. Estupenda decisión, porque, además de aprovechar el tiempo para hacer más excursiones, por la noche su vecino nos invitó a catar toda su cosecha de alcohol casero. Nos tiramos allí tres o cuatro horas que parecieron la mitad, Janko hablando en eslovaco, yo en castellano y Bohdan de intérprete, y me agarré una bella borrachera a base de licor de, atención, remolacha. Estaba genial, oye. Primero me dio a probar uno de ciruela creo (borovička), que no me gustó mucho, luego otro que creo que era de pera que tampoco; además tenían una locura de grados, cincuenta y pico en ambos casos. Un chupito de cada. Luego vino el de remolacha (bumburičak o algo así; por un instante me quedé medio descolocado al oírles mencionar a Bunbury), también con muchos grados, pero olía a remolacha que daba gusto, frase que nunca pensé que fuera a escribir ni pensar siquiera. Pero sí. De hecho creo que me emborraché más de esnifar el alcohol que de beberlo, porque lo tuve debajo de la nariz todo el rato. El último de los licores, muy rico también, ya era más suavecito y estaba elaborado con todas las frutas con las que el señor no sabía qué hacer. Como bonus track me dio otra cosa que creo que era vino destilado o un rollo así, pero no me gustó nada y tuve que quitarme el sabor con medio chupito más de licor multivitaminas. Me cogí una buena, como digo. Pero una vez al año no hace daño, y quién sabe si volveré a tomar licor de remolacha en mi vida. Encantadora velada, por supuesto no sólo alcohólica, sino también llena de historias de viajes, de la vida y de la propia Historia. Creo que Janko y yo nos llevaríamos bien si hablásemos el mismo idioma y las circunstancias fuesen otras. Pensamos parecido en varias cosas.

Sobre las excursiones probablemente haré entradas individuales, pero pasemos lista: visitamos el castillo de Trenčín, el de Čachtice (donde murió la condesa Báthory; Csejthe en húngaro), el de Smolenice y otro más, el monumento de Bradlo dedicado a un tío llamado Štefánik, las ruinas del monasterio de Katarinka y un par de sitios más que no recuerdo ahora mismo.

Bosque + monasterio en ruinas = carne de portada blackmetalera


El domingo 3 por la mañana, Bohdan me llevó a Trnava, donde, tras dar un paseíto por el centro, nos despedimos y cogí el tren a Bratislava. A la media hora estaba en mi destino; como faltaban varias horas para mi cita con Gabriela, decidí dejar la maleta en la consigna de la estación y dar un paseo a pie. Excelente decisión, porque a los cinco minutos empezó a caer un chaparrón de agárrate y no te menees. Muchas veces dije que en Eslovaquia no sabe llover, pero parece que aprendió: en un cuarto de hora, el agua había invadido las aceras de 10-15 cm de altura. Tuve que esperar un rato largo –suerte que tengo el súper móvil que me regaló Enzo con el no menos súper Cool Reader y pude pasar el tiempo leyendo– a que amainara hasta niveles aceptables, momento en el que eché a correr hacia el Slovak a beber más kofola y comer más jálusquis, esta vez acompañados de sopa de ajo con queso. Delicatessen, oiga. Dos o tres horas más tarde, lo que había sido una enorme riada volvía a ser una carretera completamente seca. A las seis ya tenía mi equipaje y me hallaba en la parada de trolebús de Budková, en la parte alta de la ciudad, adonde enseguida vino Gabika a recogerme. Dejé todas las trapalladas en su casa, nos tomamos un té y nos fuimos a cenar al Verne, en la preciosa plaza de Hviezdoslav (Hviezdoslavovo námestie, para los fans de Street View o Google Imágenes). Más tarde nos fuimos a tomar unas cañas con unos amigos suyos, y finalmente, a casa a dormir.

Cuatro de agosto de dos mil catorce. Nos levantamos con calma, desayunamos y vamos dando un paseo hasta Obchodná. Nos despedimos, cojo la električka y unos minutos más tarde estoy en el Polus City Center comiendo con Martina y Tereza, a quienes conocí hace dos años en Vigo, estando ellas de erasmus. Martina estaba en la pausa del trabajo, con lo que en poco más de una hora se tuvo que ir; no así Tereza, que tenía el día libre, y nos hicimos mutua compañía en un tranquilo paseo desde el centro comercial Eurovea, por la orilla del Danubio, hasta el centro para tomarnos un batido en el Shtoor (que ahora se llama Štúr), seguir un poco más y finalmente despedirnos en Zochová, donde me cogí el bus hasta la estación de Petržalka. A las cinco y media ponía el pie en la Hauptbahnhof de Viena.

La capital austríaca fue mi última parada. Allí me alojaron Andrea y Lia, a las cuales aún no conocía en persona; a Andrea la conocí en un foro, al igual que a Vica y a Marie, de quien aún no os hablé pero fue mi compañía (junto con su novio Abel) la última vez que estuve en Ucrania, y a Kasia, de quien tampoco os hablé pero la vi dos veces en Polonia. Un nido de amigos, el foro ese. Pero volvamos a Viena. Esa tarde nos dimos un paseo por el Museum Quartier y toda esa zona llena de palacios y estatuas. Al día siguiente, Lia se quedó en casa haciendo sus cosas mientras Andrea me llevaba al palacio de Schönbrunn, en el que estuve el año pasado con Óscar y Desiree pero no recordaba nada. Fue muy extraño. Tengo una foto delante del palacio de Belvedere y ninguna en el de Schönbrunn; sin embargo, tengo un vago recuerdo de haber estado en el jardín de este último, y en concreto me acordaba de una estatua de un tío con dos caras que, efectivamente, se encuentra allí. Hacía solcito y, como era de esperar, estaba lleno de turistas, aunque por suerte no era un horror horroroso; seguro que un domingo sí lo es. Aun así, las fotos más típicas era imposible sacarlas porque siempre había dos o tres caras sonrientes posando delante. Al salir de tan palaciego recinto fuimos a otro lugar de aún más valor cultural si cabe: una tienda de música metálica en la que me lo pasé pipa haciendo clac, clac con montones de hileras de discos y tiñéndome de gris las yemas de los dedos. Desafortunadamente, las cosas que más me habría interesado encontrar (Borknagar, Xerión, Wodensthrone) no las hallé, y las que sí había que me llamaron la atención (Drudkh, Winterfylleth, Equilibrium) andaban por los 16 €, que no es un precio desmesurado pero tampoco vale mucho la pena porque se encuentran más baratos fácilmente en venta por catálogo. Acabé llevándome tres promos, una del Routa de Black Sun Aeon y dos de Therion que venían juntas: Lemuria y Sirius B. Diez euros en total. Promos, insisto, y por tanto sin libreto ni nada, de ahí el bajo precio; aunque también había discos normales de segunda mano por 5 y 6 euros. Para quien le interese, el sitio se llama Totem Records.

Die Andreametallenkopf am der Schönbrunnschloß ab.


Luego fuimos al súper a comprar materias primas para hacernos unos sángüises. Yo, en modo turista paleto, me compré chorizo Campofrío aus Spanien, pero tengo tres excusas: una, que no me apetecía descifrar los letreritos en alemán; otra, que estaba de oferta; y la última, que tampoco era momento de ponerse ahí tó gourmet a probar especialidades locales. Con algo para meter entre dos rebanadas me bastaba. Después pensamos en ir al museo de arte, pero decidimos no hacerlo porque es grandísimo, la entrada cuesta 14 € y, en caso de ir, sólo podríamos estar dos horas antes de que cerrara. Así que, en lugar de eso, fuimos a pasear más. Karlsplatz, monumento soviético, etcétera. A media tarde volvimos a casa, cenamos pasta con verduras que hizo Andrea y luego nos fuimos los tres a un bar rockero. La tipa que estaba allí pinchando era mi antiguo profesor Jaime Barrecheguren con tetas y túnica, os lo juro, y hacía los cuernos con los dedos y agitaba la cabeza y hablaba alemán, pero era él, sin lugar a dudas. No me esperaba encontrarlo en Viena. Ni que me sirviera un chupito llamado Xuxu con sabor a Calippo de fresa.

Hoy no hicimos casi nada. Yo ya estaba bastante cansado; ya lo estaba ayer, de hecho. Por la mañana desayuné, hice la maleta, facturé onláin, imprimí el billete y estuve un buen rato en el salón haciendo poco o nada en compañía de mis cuatro anfitriones, es decir, las dos mozas y los dos gatos; toda la actividad que hicimos fue ir a dar un paseo a un parque amplio y chulo que queda cerca de su casa. Finalmente volvimos a casa, cogí mis bártulos y Andrea me acompañó a la estación. Llegué a Bratislava con una hora libre que aproveché para comprar fiambre y leche y merendocenar unos últimos jálusquis con una última kofola en el Slovak, y ahora estoy en el tren. Cuando llegue a la Keleti pályaudvár, hopefully dentro de media hora, me dirigiré a casa de Andrea y Balázs, quienes aceptaron alojarme esta noche, dado que Essi hoy no está. A las siete u ocho de la mañana saldré hacia el aeropuerto muerto de cansancio (ya lo estoy ahora y no creo que descanse mucho) y cogeré el avión a Madrid; pasaré la tarde con Eddie y por la noche cogeré el tren de vuelta a casa, adonde llegaré de madrugada. Y por la tarde tengo lindy hop, ay dios, espero dormir bien esa noche porque si no me voy a caer redondo...


GLOSARIO
(Recomiendo también una visita a Google Imágenes)

Kodály körónd: un cruce/rotonda en mitad de Andrássy út.
Deák Ferenc tér: una plaza de Pest donde se cruzan las líneas de metro 1, 2 y 3, por lo que es uno de los principales centros neurálgicos de la ciudad (la línea 4 sólo existe desde hace tres o cuatro meses y es la única que no pasa por allí).
Jálusquis: españolización de bryndzové halušky, una comida eslovaca muy sencilla pero riquísima que consiste en ñoquis de patata con un queso de oveja llamado bryndza, generalmente adornado con un poco de panceta.
Kofola: la alternativa checoslovaca a la Coca-Cola, creada en 1963 y muy popular aún hoy en día, con un sabor bastante diferente, con un toquecito como a Jägermeister... o algo. Lo más llamativo es que se suele servir tirada en caña. La ves y parece cerveza Guinness.
Hauptbahnhoff: estación principal, en alemán.
Pferd: caballo, en alemán.

Pferdminator

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